Ingresar al universo de Juan Javier Salazar (Lima, 1955) es una experiencia original, de la que felizmente no se sale igual a como se llega. He ahí quizá el mejor reconocimiento a un creador: su carácter de conmocionador de conciencias y renovador de nuestro espíritu y percepción de la realidad.
En abril de este año, hizo una nueva retrospectiva en la galería de la municipalidad de Lima, en pleno centro histórico y muy cerquita del palacio de (des) gobierno: “Super-visiones, antes, durante, después (1978-2006)”(1). Esta concurrida muestra incluyó una selección de sus trabajos, desde su formación en la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), a fines de los años 70, pasando por experiencias colectivas con el grupo Paréntesis y el recordado e influyente grupo Huayco (2), hasta llegar a perfilar, desde mediados de los beligerantes 80 a la actualidad, un camino propio. Todo lo cual muestra características que testimonian la constante búsqueda de Juan Javier Salazar, a la vez que su seguridad en ciertos hallazgos y principios, estéticos y éticos, básicos en su creatividad.
Juan Javier tiene una obra hecha sobre todo con retazos de materiales, por lo general, reciclados. Así, en medio de la heterogeneidad de su propuesta plástica (serigrafía, cerámica, diseño gráfico, vídeo, perfomances en la vía pública (3), diseño de ropa...), Salazar tiene varios logros cada vez más reconocidos por buena parte de quienes se interesan por las artes plásticas en este país, así como por los historiadores y críticos de arte mejor entrenados en estos oficios. Sin embargo, decir que lo que hace Juan Javier es arte en más de un aspecto no le hace del todo justicia, si somos conscientes de que aún hoy para muchos el arte es una labor gratuita, inocua, recreativa, cuando no vacía de toda contundencia y operatividad respecto de la realidad concreta. Estamos ante alguien que interviene la propia realidad y que se nutre de ese diálogo, lo cual le permite realizar una obra cargada de materiales e imágenes provenientes del magma cotidiano. En todo caso, el tipo de arte de alguien como Salazar no es el del gusto canónico, de ornamento y para aquietar conciencias (menos en una ciudad como Lima y un país como el Perú, con tantos resquebrajamientos colectivos y personales a lo largo de sus historias). Más bien, si de arte se trata, su expresión estética está nutrida, material y espiritualmente, del entorno de donde parte y al que busca afectar en tanto realidad y a quienes lo habitan: los depositarios, y propiciadores, de su fe trans-formativa. La manera de asumir el oficio es así, para alguien como Juan Javier, poner su talento creativo al servicio de las pulsaciones de un país herido e incompleto como el Perú (especialmente, pero no sólo, en su corto trayecto republicano).
Hacedor de historias, rituales y frases punzantes, Juan Javier ha dicho más de una vez que en Lima no hay ninguna calle completa, pero que los cuadros que se exhiben parecen recién sacados de una lavandería (4). Es apenas una muestra de su concepción del hacedor de obras, con una tarea no siempre cumplida al faltarle muchas veces mayor conciencia de que se está partiendo desde esta realidad ¿nacional?, para afectarla, y en la medida de lo posible contribuir a su transformación.
En contra de lo que en primera instancia pudiera imaginarse, al ver en los trabajos de Juan Javier Salazar la desfachatez en su imperfección y precariedad —a la vez que al escuchar su propio discurso torrencial en ideas y proyectos, del cual a veces gotean algunas obras concretadas— así como su trazo barroso, lo expuesto en la mencionada retrospectiva, en el centro de Lima, evidencia una alquimia entre su mundo interior y el del entorno que nos rodea. Un artista-mago, o brujo, quizá sea mejor afirmar. Probable herencia de los años 60 cuando fuerzas renovadoras reorientaron la creación artística hacia su interrelación con la cotidianeidad, e incluso con la tierra y los elementos naturales, o también con las tradiciones de culturas ancestrales usualmente desplazadas del imaginario occidental.
Detrás de todo lo anterior opera, finalmente, una utopía en marcha que consiste en sanar, en la medida de lo posible, las fracturas y agravios de este país y esta ciudad (Lima) donde radica, y adonde vuelve así se retire a veces hacia el campo y la sierra aledaños.
Sus exposiciones, por ello, evocan desde sus títulos esta voluntad. Recuerdo una llamada “Algo va a pasar”, y otra con el nombre “Parece que va a llover”. La época de la ENBA, cuando estuvo próximo a movimientos de protesta estudiantiles o sindicales, y su ulterior paso por el mencionado taller Huayco, fueron determinantes para que este joven (hijo de un prominente ancashino ex ministro del primer gobierno belaundista) perfilara su capacidad de componer objetos que según el aserto vallejiano vienen del pueblo y van hacia él.
En la línea de esa obra monumental del colectivo Huayco que fue componer una imagen gigante del rostro de Sarita Colonia, la beata popular, con unas latas vacías de leche Gloria recogidas de los basurales, para instalar el trabajo final en un arenal al sur de Lima, al lado de la Panamericana con sus autobuses, camiones y colectivos interprovinciales. No es baladí acotar que, con los años, los pobladores de asentamientos humanos vecinos reemplazaron de modo espontáneo las viejas latas por otras, pintándolas apresuradamente, haciendo también suya esta obra de Huayco (“sólo lo anónimo hace milagros”, me dijo alguna vez Juan Javier). Asimismo, la obra posterior e individual (es un decir) de Salazar se ha imbricado con esta voluntad transformadora. Si la fe mueve montañas (de inmigrantes), ha animado en cartón unos cerros andinos con maracas: los apus milenarios, vivientes y sagrados; como en la capital del Perú nunca llueve y, sin embargo, todos —o casi todos— sobreviven como después de un naufragio, ha instalado anónimos náufragos recortados en tripley que salvan sus últimas pertenencias, en el suelo de una galería donde expuso alguna vez; y como el Perú es mucho más que sus exóticos museos y restos arqueológicos, ha diseñado ceramios con su propia simbología, con latas recicladas y convenientemente pintadas, y los ha enterrado en diversos lugares de la ciudad para estafar a arqueólogos y huaqueros; y como nadie puede apropiarse de todo este camino libre y libertario, ha hecho su reciente muestra, esta retrospectiva, con el apoyo de otro curador (Emilio Tarazona), y no de la mano de viejos conocidos, pocas veces de verdad comprometidos con esta mística y honesta praxis.
El universo de los objetos de Juan Javier es, en cierto modo, frágil, como frágil son los logros, los héroes, la memoria, las instituciones, los líderes y las banderas de este país. Por ello mismo, es una estética realista, que con pocos elementos (5) ha ido consolidando más que una trayectoria una alternativa a cierta modorra y acostumbramiento en los que no pocos peruanos suelen instalarse al ritmo de tecnocumbias, palomas domesticadas, ollas vacías, mundiales sin representación, y gloriosa prensa chicha que vende y vende.
La conciencia situada de Juan Javier lo ha llevado también a sacar su genio creativo del marco convencional de las galerías, y renovando entre nosotros la perfomance y los lineamientos del agit-prop (Agit-Pop), ha subido a microbuses para ofrecer al público esos cojincitos en forma de Perú (la cola representa Chile, y tienen la piel veteada como los jaguares), “para que usted, señor pasajero, señorita, amigo, amiga, tenga por un momento el Perú en sus manos”. Juan Javier decía, alguna vez, que si concebimos el Perú como un animal, lo mejor para calmarlo sería acariciarlo, frotarle la piel. Estas imágenes de Perú son parte genial de su incursión en el diseño industrial, en lo cual sin duda es un pionero, y no sólo conforman uno de sus hitos más celebrados sino que a la vez muestran el Cómo, el Para Qué y el Para Quién labora su fértil imaginación.
Todo es así, y resultaría tan largo como conversar con él, con este entrañable amigo y compañero de ruta, detallar las múltiples características reunidas en su última retrospectiva. Muchos recuerdos vienen a la memoria, pues conozco a Juan Javier desde fines de los años 80, cuando me obsequió un incendiario grabado para la carátula de mi primer libro (unos callejeros tachos que arrojaban humo, y detrás surgían unas imágenes geométricas, mismos tejidos incas).
Se aprecia, por otro lado, que incursiona ahora en el diseño de cómics. Cómo no, si en general la caricatura e historieta han sido formas constantes en su labor. Como ese friso, hecho sobre carcomidas planchas de triplay, con una larga secuencia de imágenes escolares con los rostros de los presidentes del Perú (en esta retrospectiva exhibió una última versión que llega hasta Paniagua y Toledo —quien habla en inglés—, dando un giro al clásico trabajo original, de principios de los 80, que llegaba sólo hasta Belaunde), todos con un globo-cómic que dice “Mañana”, o “maña-na”: un mural titulado irónicamente “Perú, país del mañana/ boceto de mural para cuando tenga plata: mañana”. Esta corrosión de la historia oficial abre así el camino a otro tipo de historia, aquélla de los hombres y mujeres, héroes o no, anónimos: la historia del pueblo mismo, sin dinero, sin medallas y, sin embargo, en marcha. Así, es finalmente clara, en medio de contradicciones ideológicas como todos tenemos, la filiación popular —no populista— de Juan Javier Salazar. Nunca se arrogó el papel de representar al pueblo, o de ser su vanguardia o algo parecido. Como hacen los que saben, sólo se puso al pie de este gigante y ha procurado con todos sus talentos y limitaciones cogidos en un puño expresarlo honestamente, y con amor: no incondicional, como es el verdadero amor.
Su película Parece que va a llover es otra muestra de ese estrellarse contra los símbolos patrios (¡oh, palacio de gobierno tan infelizmente cercano!), y con esos pedazos elevar un brindis al cielo, como hace el mestizo taxista (suerte de reconversión del Inca que viaja en el estribo de un microbús urbano, y que desciende desde los Andes, en su espléndido grabado “Algo va’pasar”, de 1980) al final de esta película, hecha en formato casero.
En fin, entre marchas y contramarchas, vueltas recreativas sobre ciertos tópicos que Juan Javier ha intuido como esenciales en su proyecto en tanto nuevo cronista y cuasi curandero de este país, confrontarse con el lenguaje de este creador es una experiencia vivificante y que en medio de un mercado de arte usualmente tan frívolo, elemental y predecible, se agradece (6).
¿Qué es el arte? ¿Qué es ser artista? ¿Qué es el Perú? Estas y otras sesudas interrogantes se diluyen entre las avalanchas, los vientos, la música popular, los colores tierra y el agua que no cesa, operando todo ello mediante el humor y la ironía con que de modo feliz organiza su renovado y renovador universo Juan Javier Salazar. En esa fuerza creadora que evita caer en la tentación del adocenamiento burgués, la obra de este autor no aparece como un quehacer academicista, de preguntas y sentencias solemnes; sino que, con el humor e ironía ya mencionados, plantea varias cuestiones, y sus propias alternativas de respuesta, entre las suturas de su composición. Aunque es evidente la elaboración intelectual en lo que hace y dice Juan Javier, sus silencios y sus concretos objetos artísticos, por lo general, nos están transmitiendo muchos más mensajes frescos, críticos y renovadores que las congeladas preguntas que suelen llenar cientos de tratados sobre los asuntos de estética, del país y las políticas de cambio, o acerca de la condición humana en esta tierra. Es, pues, el arte de meter (h)el arte dentro de la vida misma, en su eterna combustión, y no en alguna congeladora conceptual, aséptica y, por ello mismo, de vocación elitista.
Notas
1 Su primera individual antológica fue en 1990: “Parece que va a llover”, en la galería de la Municipalidad de Miraflores.
2 Como se recoge en la amplia investigación —aunque criticable en su línea ideológica, por razones que no es el caso exponer aquí— de Gustavo Buntinx: E.P.S. Huayco (Lima, 2005), en “la plenitud de su experiencia”, es decir los dos primeros años de los 80, este grupo estuvo conformado por María Luy, Francisco Mariotti, Charo Noriega, Herbert Rodríguez, Juan Javier Salazar, Armando Williams y Mariela Zevallos.
3 “Una de las últimas y memorables intervenciones de Salazar en espacios públicos fue cuando envolvió el monumento a Francisco Pizarro en su anterior ubicación, al lado de Palacio de Gobierno. ‘Allí pasó una cosa encantadora. Estaba envolviendo en tela a Pizarro y pasó una persona al otro lado de la calle y me grita: ¡Habla, Copperfield!. Claro, pensó que al descubrirlo, la estatua ya no estaría allí como en un acto de magia. Y en verdad, Pizarro se demoró un par de años en desaparecer. Me encantaría hallar a esa persona porque le dio magia a este asunto’, señala”. (Entrevista de Enrique Planas a Juan Javier Salazar, en El Comercio: 5 de abril de 2006).
4 “P. ¿Para quién o para qué está destinada tu exposición? R. Es para la gente que pasa por la calle. Espero que se reconozcan en mi trabajo. Y se pregunten por qué este tipo de arte no es parte de la cultura diaria. Que la gente se dé cuenta de que hay alguien que los quiere y trata de conocer, y que ese querer se puede volver vida y objetos vivos. En el Perú no hay una sola vereda completa, pero los cuadros parecen sacados de una lavandería: no están hechos de la materia de la vida, están hechos de la materia de la estética”. (“Juan Javier Salazar y la lluvia”, entrevista de C.A.L.; en Culturas de La República, 11 de marzo de 1990: 21).
5 “Espero que la gente venga [a la retrospectiva en Pancho Fierro] y lo disfrute. Me han dicho genio y fundador de esto y lo otro. Sin embargo, soy muy copiable. Siempre digo: ‘Si no tiene una falla de fábrica, no es un Salazar auténtico’. Mi especialidad es coger ideas de 10 mil dólares y convertirlas en cosas que no valen nada” (entrevista de Gonzalo Pajares a Juan Javier Salazar, en Perú21: 6 de abril de 2006).
6 “P. ¿Qué te parece el mercado de artes plásticas en el Perú? R. El mercado del arte “culto”, burgués, blanquiñoso es un mercado con gustos muy convencionales. La burguesía ha apostado por algunos artistas, pero que no entraron nunca al mercado internacional. Szyszlo, por ejemplo, no es del tamaño del chileno Matta, o de Lam, ni tiene el éxito comercial de Guayasamín o Endara. El único artista visual que hemos metido en el mercado internacional, en 400 años, es Martín Chambi: un indio fotógrafo. Tenemos que hacer una generación-piso en el Perú, que siente las bases para que alguien vuele a partir de eso. Mi generación no lo fue, tampoco la de Szyszlo. Debemos criar una generación que nos pase encima de la cabeza. Aquí los artistas son pequeños castillos feudales: nadie discute, cada uno es a su manera. No hay plano filosófico, sólo el técnico. Tenemos ídolos de barro”. (en “Juan Javier Salazar y la lluvia”).
domingo, 14 de diciembre de 2008
domingo, 30 de noviembre de 2008
50 GRANDES (NO) ÉXITOS DE JUAN JAVIER SALAZAR
(Y UNA CANCIÓN DESESPERADA)
El magma continúa
POR: César Ángeles L.
Pero la exposición se componía de dos niveles en el Centro “Ricardo Palma”. En el primero, se desplegó una mordaz ironía sobre la moneda peruana, el sol, y el “banco de oro” donde, parafraseando el dicho popular instaurado por Raymondi, este país-mendigo sigue detenido en sus viejos problemas. Reconvertidos billetes que ofrecían el tiempo a cambio, en vez de comprarlo: “Por fin, algo mejor que el dinero” se leía en ellos. Se trataba de billetes impresos de 12 horas, de 6 horas, de 31 soles (que dan un mes), de 7 soles (que dan una semana), todo con el sello del “Banco de Oro del Perú”. Billetes multiplicados con mapas del país danzando en torno a un banco, y de variados tamaños, que cualquiera podía tomar de una mesa. Una vez más, el ajeno Perú en nuestras manos, el verdadero valor del tiempo, la vida, el sol, por fin liberados contra el oro violentamente secuestrado en los bancos. TIME IST MONEY reza, después de todo, el dicho antipopular capitalista por excelencia.
Al lado, una gran pantalla donde se sucedían tres videos de Salazar mostrando su faceta más agit pop, vanguardista, exponiendo el arte en la calle misma, entre su masa humana. El primero, “Perú Express”, y la perfomance durante cada fiesta patria cuando sube a los transportes públicos de la Vía Expresa ofreciendo su Perú en formato de cojín “para que por primera vez tengas, amigo, amiga, el Perú en tus manos, ...viene con su Chile de yapa”. O también, otro video de cuando se cubrió el gris monumento a Francisco Pizarro con una gran tela pintada de piedras incaicas, con la mitología adicional que un año después ese monumento hispanista efectivamente desapareció de la Plaza de Armas. Y uno nuevo, “NadaAndo”, mezcla de humor e ironía acerca del mercado de arte en este país y el lugar del “artista culto”, donde hacia el final aparece el artista deambulando entre el terminal pesquero, los pelícanos torpes en la orilla y las aguas del mar Pacífico, o entre las calles caminando, nadaAndo, nada haciendo ni asiendo sino sumergiendo los pasos entre imágenes cotidianas con múltiples significados por revelar. Este tercer video tuvo, en el nivel inferior del edificio, un recargado boceto donde se leía también ciertas preguntas claves, “las viejas preguntas” como luego enunciará la propia voz en off del protagonista: “¿De dónde venimos?, ¿Quiénes somos?, ¿Adónde vamos?”. Preguntas universalmente válidas que expresan la dimensión filosófica y política que anima la obra de Salazar.
El primer piso de la exposición ya me había puesto de buen humor, y lo que venía a continuación solo confirmó que en su plena madurez Juan Javier prosigue su camino de develar algunas claves mágicas, a la vez que muy conscientemente, para abrir esta realidad en sus zonas más álgidas, con la voluntad de cambiarle el color, la piel y sobre todo el humor. Hace tiempo no recorría una exposición de arte riéndome en cada tramo, cómplice con el autor de estas piezas. Como dije en mi citado artículo sobre Juan Javier Salazar, se trata de una labor de visionario y sanador, con particulares connotaciones utópicas, un socialismo mágico a la peruana.
Hace años que vive retirado en Cieneguilla, sierra de Lima, donde carece de electricidad y demás ventajas de las llamadas tecnologías modernas. Aun así va logrando plasmar una obra precisa que crece y crece, árbol fértil con muchos frutos vitales y diversos. Se trata de una sencillez cultivada, y poner el arte y sus preguntas esenciales (¿Qué arte hacer? ¿Para quién? ¿Desde dónde? ¿Hacia dónde?) al alcance de todos o casi todos. El pueblo llano que visitó esta muestra se habrá sentido correspondido con un amor llano sin computadora, propiciándose el contacto directo con uno de los caminos más originales, refrescantes y cuestionadores de las últimas décadas en el quehacer plástico del Perú y América Latina. En esta madurez creativa, plena de humor e ideas siempre nuevas y cáusticas, Salazar teje con cuidado, cada vez más atento a sus acabados entre arte, artesano y diseño industrial (en el cual es también un pionero entre nosotros), tratando de no confundir el borde delicado entre una obra de carácter popular y otra más bien populista. Lo salva de esto último la declarada y militante voluntad de no erguirse como caudillo de nada, sino simplemente de escuchar los latidos y vivencias de quienes habitan esta historia contemporánea, y su insobornable convicción de que el Perú ha iniciado su andadura desde hace muchos siglos, y que el silencio de sus paisajes y sus hombres encierra tantos secretos dignos y urgentes de revelar.[2]
¿QUO VADIS Juan Javier?
Aquí empezaba a desplegarse la alegre imaginería de Salazar en el primer cómic o sábana que alumbra esta muestra. Y me preguntaba si el mote de “artista de culto” que un conocido crítico local le ha chantado le hace justicia.[3] Suena elitista, a secta. Pero Juan Javier es todo menos eso. Como él escribió en ese cuadro donde recrea una parte de la bahía limeña con espárrago en el frontis (que representa a él mismo), se trata más bien de “hombre culto, desea mujer oculta”. Es decir, un hombre hecho o cultivado por tierra, piedritas, raíces, olores, voces humanas y animales que pueblan su imaginación y que lo acercan al común de nosotros provocándonos el efecto de que cualquiera podría ser artista con solo proponérselo, con solo expresar lo más secreto y poderoso que nos habita. Porque el trazo de Juan Javier es adrede no exquisito, sino que parece convocarnos a (re)hacer su obra entre todos, en suerte de comunicación interactiva. Por eso, siempre cuando realiza una exposición dan ganas de pasearla, de tocar sus objetos, de desplazarse entre sus esquinas, de echarse simplemente en el suelo y disfrutar sus videos, o cada una de sus piezas. Además, los ingredientes de su cocina creativa aparecen tan a la mano como el tripley, el barro, la madera, el graffiti, y así un sinfín de materiales reciclados (lo que, por ejemplo, también se hace evidente al inicio del video “NadaAndo”, cuando él mismo se desmorona a punta de golpes de su pareja en una casa, y le cae una cerámica en la cabeza, mientras aparece en la pantalla, en clave humorística: “Juan Javier Salazar: $ 50”, que contrasta notablemente con el precio exorbitante de otras obras y otros artistas del mercado local también citados en esta película), lo que vuelve todo aun más próximo, cercano.
¿Artista de culto u artista oculto? Cada vez menos oculto y más apreciado, más entrometido con cada uno de nosotros, en todo caso. Uno de los pocos en que al parecer el país, sus diversos sujetos y temas mayoritarios, van confluyendo por ósmosis y afecto en la imaginería heterogénea de este apreciado creador, donde la historia individual y colectiva se van felizmente dando la mano, sin mayores colisiones. ¿Cuál es el secreto para todo ello? Las antenas alertas del propio artista, su sencillez y reconocimiento de que el arte no debe estar en un pedestal (ni menos en ningún banco, de marfil ni de oro) sino más bien en los intersticios de la realidad donde opera de muchas formas. Una clara conciencia, además, de la función regenerativa y sanadora del proceso y el hecho creador en sí mismo. De ahí también la ironía en ese cuadro que representa la mesa y el taller del artista, donde un gran letrero nos advierte que “Toda consulta se paga”, dando además en el clavo de no haber hecho fortuna con su obra a pesar de tantos aciertos que seguirán, de seguro, multiplicándose. En efecto, “50 grandes (no) éxitos”.[4]
La pieza mayor de este recorrido (a pie, en carretilla o microbús) fue el conjunto de dibujos “Óscar a la mejor resurrección” (que según me informó el propio Juan Javier fue comprado por el MALI en su totalidad, símbolo de la aceptación que va teniendo en el nivel más estándar del mercado plástico local: algo llamativo, que definitivamente le dará mayor colchón financiero para su labor, a la vez que algo a tener muy en cuenta por sus antenas para no dejarse secuestrar por el canon ni por la común usura en el mercado de las artes plásticas. Por suerte, ya está maduro para caer en ello, y él mismo ha confesado que tiene una pareja ayacuchana que lo retorna a la realidad con facilidad cuando su ego se dispara (Entrevista a Juan Javier Salazar, por Gonzalo Galarza: El Comercio, 1 de noviembre, 2008). En esta secuencia, un hombre ebrio conduce un auto, y mientras piensa que “ya no hay lugar para la inocencia, los políticos son ladrones, los militares asesinos, los curas maricones, los artistas drogadictos” (el trazo caprichoso de las oraciones va confluye con las imágenes de la historia) se va durmiendo a lo largo y ancho de la autopista (que recuerda el camino desértico, con montañas solitarias, a Cieneguilla: morada del artista, such a mountain), “En recta interminable de bajada a la ciudad tu cuerpo cayó sobre el volante manteniendo la rectitud en la recta y tus pies fueron muriendo como un ladrillo en el acelerador”. Llegando a la curva del precipicio, ya muerto el conductor por un infarto, el auto cae “Y te diste el lujo de volar por el aire adentro del carro 4,5 segundos interminables”. Entonces, la caída reactiva su corazón, aunque las costillas acuchillen sus órganos. Seis meses después, en el hospital, “P a s a e l p o t o e m p a q u e t a d o d e u n a e n f e r m e r a” y Óscar revive por milagro de eros (lo que suele ser una tautología: religión y erotismo, mística y sexualidad), entre explosiones de júbilo que los trazos del cómic ilustran bien. El ritmo del corazón del protagonista se recupera cerrando en un cuadro o toma final: “Si tu corazón está bien lo demás ya se irá arreglando”, que resuena como lección de vida, tanto para la historia individual como para la colectiva, en medio de accidentes y caídas. Pero entre ese recorrido individual se ofrece, además, un gran cuadro que se abre como retablo y muestra la recreación plástica de una noticia periodística: el choque entre un autobús interprovincial (“Transportes Aparicio”) y un camión frigorífico con peces, pulpos, pota y la noticia contundente “26 heridos, ni un muerto”.
En la recreación de esta secuencia, en historieta macro, ese cuadro presenta entre sus restos a personajes afines correlativos con el viejo poder en el Perú, que emergen intactos entre la catástrofe, oscuros y sardónicos: el cura Juan Luis Cipriani, Magaly Medina, Fujimori, Toledo, Gisela Valcárcel, otorgando una evidente dimensión macro y nacional al accidente de este recorrido entonces ya no tan individual, solitario ni inocente. A la fauna anterior se mezcla los propios animales muertos del camión frigorífico, más unas gallinitas que dan como sonoridad de corral a la escena, y varios hombres y mujeres anónimos que efectivamente conforman un retablo de la violencia, una visión herida y ensangrentada de este viaje hacia el vacío. El que tiene sin embargo una resurrección en Óscar vía el erotismo y la sencillez de vivir, que también es una metáfora de la propia trayectoria de Salazar. Al centro de todo, se autorepresenta el artista herido, arrojado entre sus pinceles y bastidores desparramados por toda la escena, en libre recreación del clásico óleo “El entierro del Conde de Orgaz”, de El Greco, donde la vida y la muerte son protagonistas de la condición humana en perenne agonía. Claro, en la versión Salazar, ello cobra dimensiones políticas y realistas referencias a la historia peruana, quizá representada por una suerte de fantasma junto al artista: la aparición o “Aparicio”.
Esta secuencia es en verdad una rica crónica visual que merecidamente han celebrado quienes asistieron a la reciente exposición de Juan Javier Salazar, al punto de haber sido adquirida, como queda dicho, por el museo más activo de estos tiempos entre nosotros: el MALI. Aquí se ha intersectado el túnel del amor con el tren fantasma: la resurrección viable y urgente con la ruta accidentada, sus víctimas, en la carretera real e imaginaria (parodia de la cotidianidad limeña y peruana, con un tránsito tan bestializado como las propias coordenadas del poder que se ha montado en el Perú desde la conquista europea, sembrando ignorancia y muerte hacia abajo, desordenando los caminos). Por lo demás, este trabajo gráfico evoca su breve película “Parece que va a llover”, donde un taxista estrella su vehículo cargado de rosas contra el monumento a Miguel Grau, en plena celebración de fiestas patrias.
La tercera y última secuencia cómic apenas quedó anunciada, y probablemente dé lugar a desarrollos ulteriores en el incesante magma creador de Salazar. Se trata de la recreación (reencarnación) de la historia de San Martín de Porres y el milagro de unir a perro, pericote y gato (malvado gato). No es jalado de los pelos ver a este San Martín negro, popular, como contradictor del General San Martín, criollo, blanco, extranjero y libertador del Imperio español. Es decir, la República criolla, que tanto traicionó sus propios postulados emancipadores de supuesta modernidad, frente a la trayectoria misma del pueblo y sus íconos heroicos. La racionalidad burguesa pero falseadora, mentirosa, frente a la irracionalidad, la fe o anhelo popular arrinconados en los milagros, para solucionar de alguna manera antiguos problemas de una historia vieja. De ahí que un segmento de este cómic muestre en una mesa a tres personas, cada una abrazada respectivamente a los tres animales (con pericotes multiplicados): reencarnación humanizada de la fábula fraymartiniana en la realidad enfrentada de este país. Y el santo se halla de espaldas, apenas visible, como conviene a su condición de milagrero.
En fin, la exposición se cerró con trabajos de cerámica, algunos ya conocidos como los huacos falsos diseñados en latas de cerveza cuzqueña que Salazar enterró para estafar a los arqueólogos y huaqueros de este país poco o nada memorioso, así como trabajos más recientes (en verdad, esta muestra reúne obras y piezas de los últimos cuatro meses, como me dijo el propio Juan Javier). Por ejemplo, de la serie “Ex novia rodeada de los perros de mis amigos”, que recrea una historia real del propio autor a partir de una ex pareja de senos exuberantes, y que cuando hubo la separación cayeron sobre ella varios de sus amigos para seducirla. Pequeñas esculturas también surcadas por el humor, con una mujer desnuda sobre un pedestal, con perros debajo ladrando por ella, o dos senos sobre el pedestal y un perro admirándolos goloso, o al fin un solo perro panza arriba sobre el pedestal y ninguna novia (quizá ya devorada). Entre los macro dibujos pegados en algunas paredes y columnas de la galería miraflorina, de arenales, carreteras, un fragmento de la bahía limeña, y otro gran retablo del choque entre el autobús interprovincial y el camión frigorífico, se lucía una cerámica-macetero donde solo aparecen las piernas flexionadas de un hombre con botines, pegadas a dos piernas desnudas y erguidas de una mujer con tacos, lo que invitaba al espectador a imaginar qué hubo allí donde apenas quedan restos del acto, solo el aro luminoso o el espíritu de un pasión carnal que voló al pasado dejando la estela de su consumación carnal. Esta cerámica en verdad reactiva una antigua anécdota en el taller Huayco E.P.S., cuando luego de una juerga Salazar descubrió, al día siguiente, que sobre una plancha de cemento fresca quedaron grabadas las huellas de sus rodillas y de los zapatos de una mujer, recordándole que algo había ocurrido allí aunque no recordaba bien qué. Así, en un boceto exhibido de ese hecho se lee “aro luminoso que contiene a dos ex amantes”: un trabajo que encierre el espíritu (de la pasión amorosa).
LA CANCIÓN DESESPERADA
En breve, Juan Javier Salazar asistirá a sendos talleres y muestras artísticas en Colombia y Berlín, donde ha sido invitado.[5] Al parecer, todo va marchando positivamente para su camino, como me dijo mientras recorríamos su reciente muestra aquí comentada. Lo decía con cierta sonrisa en el rostro, como reconociendo que todo retorna, que si uno hace las cosas con convicción, compromiso y pasión el mundo todo gira a nuestro favor, de un modo o de otro. Luego de casi 20 años, acaba de volver a Europa, donde viajó invitado a un workshop internacional en Liverpool, la mítica ciudad ombligo de la beatlemanía. De esa experiencia, los talleres compartidos, la calle y la fiesta en esa ciudad inglesa, también me resume algunas anécdotas e historias que resuenan en su mente. Algo largo de contar, pero que son otros signos del buen momento por el que surca este creador nadador navegante con quien una revista como Intermezzo Tropical y quienes la hacemos (y distribuimos, leemos, consolidamos, debatimos) sentimos orgánicamente unido, como un antiguo amigo en el camino de hacer de esta vida y este mundo un mejor lugar para vivir. Donde llueva y nos llueva, hasta las últimas consecuencias. Cuando seamos muchos, más aun que ahora, sin que ya nadie nos venda como harina de pescado, por siglos y siglos.
[1] “Una de las cosas de esta última exposición [en la galería Parafernalia] que más me llamó la atención fue la escalera que hice, porque poco a poco me he ido dando cuenta que casi es la misma situación que la del cuadro de Leonardo da Vinci sobre San Juan, que él pintó poco antes de morir. Era una especie de rendición graciosa porque Leonardo tenía un montón de problemas, le debía a todo el mundo y entonces hizo ese cuadro de San Juan Bautista que tiene un dedo señalando arriba, y una sonrisita parecida a la de la Monalisa. Para mí, la escalera es eso”. (Juan Javier Salazar/ Una introducción al arte del anonimato. Entrevista de José Medina, en Motivos 38: Lima, 1995).
[2] “Los occidentales pensaron que el mundo era plano y después descubrieron América y creyeron que era redondo, pero en realidad tiene la tendencia a aplanarse, lo están volviendo plano de nuevo, hay un mass-media brutal, demasiada gente, y el resultado es una mediocridad espantosa. Esa es la diferencia entre una vida blanda y una vida dura; siempre será mejor una vida dura” (Juan Javier Salazar, entrevista con José Medina).
[3] Luis Lama, en Caretas 2050.
[4] Por cierto, nada de lo dicho contradice sino que más bien sitúa de modo más activamente transformador y social lo que ha observado, por ejemplo, Emilio Tarazona a propósito de la mencionada retrospectiva de Salazar que curó en Pancho Fierro: “...es indudable que Salazar ha dejado estela nítida. Según Tarazona, la obra de Salazar representa un clásico del arte contemporáneo peruano. Sus actitudes, sus búsquedas, sus acciones y sus obras específicas han abierto brechas y han señalado rutas, por eso tantos artistas en los últimos años han trabajado, como lo hizo primero Salazar, la caracterización de la República... llevando [inclusive] la caricatura al terreno de la historieta” (“Milagros y bromas/ Juan Javier Salazar y el arte político”, Diego Otero, supl. El Dominical de El Comercio: 09 de abril de 2006).
[5] Este texto fue escrito a principios de noviembre del presente año. Al momento de su publicación, él ya se encuentra en Cali, Colombia.
El magma continúa
POR: César Ángeles L.
Al lado, una gran pantalla donde se sucedían tres videos de Salazar mostrando su faceta más agit pop, vanguardista, exponiendo el arte en la calle misma, entre su masa humana. El primero, “Perú Express”, y la perfomance durante cada fiesta patria cuando sube a los transportes públicos de la Vía Expresa ofreciendo su Perú en formato de cojín “para que por primera vez tengas, amigo, amiga, el Perú en tus manos, ...viene con su Chile de yapa”. O también, otro video de cuando se cubrió el gris monumento a Francisco Pizarro con una gran tela pintada de piedras incaicas, con la mitología adicional que un año después ese monumento hispanista efectivamente desapareció de la Plaza de Armas. Y uno nuevo, “NadaAndo”, mezcla de humor e ironía acerca del mercado de arte en este país y el lugar del “artista culto”, donde hacia el final aparece el artista deambulando entre el terminal pesquero, los pelícanos torpes en la orilla y las aguas del mar Pacífico, o entre las calles caminando, nadaAndo, nada haciendo ni asiendo sino sumergiendo los pasos entre imágenes cotidianas con múltiples significados por revelar. Este tercer video tuvo, en el nivel inferior del edificio, un recargado boceto donde se leía también ciertas preguntas claves, “las viejas preguntas” como luego enunciará la propia voz en off del protagonista: “¿De dónde venimos?, ¿Quiénes somos?, ¿Adónde vamos?”. Preguntas universalmente válidas que expresan la dimensión filosófica y política que anima la obra de Salazar.
El primer piso de la exposición ya me había puesto de buen humor, y lo que venía a continuación solo confirmó que en su plena madurez Juan Javier prosigue su camino de develar algunas claves mágicas, a la vez que muy conscientemente, para abrir esta realidad en sus zonas más álgidas, con la voluntad de cambiarle el color, la piel y sobre todo el humor. Hace tiempo no recorría una exposición de arte riéndome en cada tramo, cómplice con el autor de estas piezas. Como dije en mi citado artículo sobre Juan Javier Salazar, se trata de una labor de visionario y sanador, con particulares connotaciones utópicas, un socialismo mágico a la peruana.
Hace años que vive retirado en Cieneguilla, sierra de Lima, donde carece de electricidad y demás ventajas de las llamadas tecnologías modernas. Aun así va logrando plasmar una obra precisa que crece y crece, árbol fértil con muchos frutos vitales y diversos. Se trata de una sencillez cultivada, y poner el arte y sus preguntas esenciales (¿Qué arte hacer? ¿Para quién? ¿Desde dónde? ¿Hacia dónde?) al alcance de todos o casi todos. El pueblo llano que visitó esta muestra se habrá sentido correspondido con un amor llano sin computadora, propiciándose el contacto directo con uno de los caminos más originales, refrescantes y cuestionadores de las últimas décadas en el quehacer plástico del Perú y América Latina. En esta madurez creativa, plena de humor e ideas siempre nuevas y cáusticas, Salazar teje con cuidado, cada vez más atento a sus acabados entre arte, artesano y diseño industrial (en el cual es también un pionero entre nosotros), tratando de no confundir el borde delicado entre una obra de carácter popular y otra más bien populista. Lo salva de esto último la declarada y militante voluntad de no erguirse como caudillo de nada, sino simplemente de escuchar los latidos y vivencias de quienes habitan esta historia contemporánea, y su insobornable convicción de que el Perú ha iniciado su andadura desde hace muchos siglos, y que el silencio de sus paisajes y sus hombres encierra tantos secretos dignos y urgentes de revelar.[2]
¿QUO VADIS Juan Javier?
Aquí empezaba a desplegarse la alegre imaginería de Salazar en el primer cómic o sábana que alumbra esta muestra. Y me preguntaba si el mote de “artista de culto” que un conocido crítico local le ha chantado le hace justicia.[3] Suena elitista, a secta. Pero Juan Javier es todo menos eso. Como él escribió en ese cuadro donde recrea una parte de la bahía limeña con espárrago en el frontis (que representa a él mismo), se trata más bien de “hombre culto, desea mujer oculta”. Es decir, un hombre hecho o cultivado por tierra, piedritas, raíces, olores, voces humanas y animales que pueblan su imaginación y que lo acercan al común de nosotros provocándonos el efecto de que cualquiera podría ser artista con solo proponérselo, con solo expresar lo más secreto y poderoso que nos habita. Porque el trazo de Juan Javier es adrede no exquisito, sino que parece convocarnos a (re)hacer su obra entre todos, en suerte de comunicación interactiva. Por eso, siempre cuando realiza una exposición dan ganas de pasearla, de tocar sus objetos, de desplazarse entre sus esquinas, de echarse simplemente en el suelo y disfrutar sus videos, o cada una de sus piezas. Además, los ingredientes de su cocina creativa aparecen tan a la mano como el tripley, el barro, la madera, el graffiti, y así un sinfín de materiales reciclados (lo que, por ejemplo, también se hace evidente al inicio del video “NadaAndo”, cuando él mismo se desmorona a punta de golpes de su pareja en una casa, y le cae una cerámica en la cabeza, mientras aparece en la pantalla, en clave humorística: “Juan Javier Salazar: $ 50”, que contrasta notablemente con el precio exorbitante de otras obras y otros artistas del mercado local también citados en esta película), lo que vuelve todo aun más próximo, cercano.
¿Artista de culto u artista oculto? Cada vez menos oculto y más apreciado, más entrometido con cada uno de nosotros, en todo caso. Uno de los pocos en que al parecer el país, sus diversos sujetos y temas mayoritarios, van confluyendo por ósmosis y afecto en la imaginería heterogénea de este apreciado creador, donde la historia individual y colectiva se van felizmente dando la mano, sin mayores colisiones. ¿Cuál es el secreto para todo ello? Las antenas alertas del propio artista, su sencillez y reconocimiento de que el arte no debe estar en un pedestal (ni menos en ningún banco, de marfil ni de oro) sino más bien en los intersticios de la realidad donde opera de muchas formas. Una clara conciencia, además, de la función regenerativa y sanadora del proceso y el hecho creador en sí mismo. De ahí también la ironía en ese cuadro que representa la mesa y el taller del artista, donde un gran letrero nos advierte que “Toda consulta se paga”, dando además en el clavo de no haber hecho fortuna con su obra a pesar de tantos aciertos que seguirán, de seguro, multiplicándose. En efecto, “50 grandes (no) éxitos”.[4]
La pieza mayor de este recorrido (a pie, en carretilla o microbús) fue el conjunto de dibujos “Óscar a la mejor resurrección” (que según me informó el propio Juan Javier fue comprado por el MALI en su totalidad, símbolo de la aceptación que va teniendo en el nivel más estándar del mercado plástico local: algo llamativo, que definitivamente le dará mayor colchón financiero para su labor, a la vez que algo a tener muy en cuenta por sus antenas para no dejarse secuestrar por el canon ni por la común usura en el mercado de las artes plásticas. Por suerte, ya está maduro para caer en ello, y él mismo ha confesado que tiene una pareja ayacuchana que lo retorna a la realidad con facilidad cuando su ego se dispara (Entrevista a Juan Javier Salazar, por Gonzalo Galarza: El Comercio, 1 de noviembre, 2008). En esta secuencia, un hombre ebrio conduce un auto, y mientras piensa que “ya no hay lugar para la inocencia, los políticos son ladrones, los militares asesinos, los curas maricones, los artistas drogadictos” (el trazo caprichoso de las oraciones va confluye con las imágenes de la historia) se va durmiendo a lo largo y ancho de la autopista (que recuerda el camino desértico, con montañas solitarias, a Cieneguilla: morada del artista, such a mountain), “En recta interminable de bajada a la ciudad tu cuerpo cayó sobre el volante manteniendo la rectitud en la recta y tus pies fueron muriendo como un ladrillo en el acelerador”. Llegando a la curva del precipicio, ya muerto el conductor por un infarto, el auto cae “Y te diste el lujo de volar por el aire adentro del carro 4,5 segundos interminables”. Entonces, la caída reactiva su corazón, aunque las costillas acuchillen sus órganos. Seis meses después, en el hospital, “P a s a e l p o t o e m p a q u e t a d o d e u n a e n f e r m e r a” y Óscar revive por milagro de eros (lo que suele ser una tautología: religión y erotismo, mística y sexualidad), entre explosiones de júbilo que los trazos del cómic ilustran bien. El ritmo del corazón del protagonista se recupera cerrando en un cuadro o toma final: “Si tu corazón está bien lo demás ya se irá arreglando”, que resuena como lección de vida, tanto para la historia individual como para la colectiva, en medio de accidentes y caídas. Pero entre ese recorrido individual se ofrece, además, un gran cuadro que se abre como retablo y muestra la recreación plástica de una noticia periodística: el choque entre un autobús interprovincial (“Transportes Aparicio”) y un camión frigorífico con peces, pulpos, pota y la noticia contundente “26 heridos, ni un muerto”.
En la recreación de esta secuencia, en historieta macro, ese cuadro presenta entre sus restos a personajes afines correlativos con el viejo poder en el Perú, que emergen intactos entre la catástrofe, oscuros y sardónicos: el cura Juan Luis Cipriani, Magaly Medina, Fujimori, Toledo, Gisela Valcárcel, otorgando una evidente dimensión macro y nacional al accidente de este recorrido entonces ya no tan individual, solitario ni inocente. A la fauna anterior se mezcla los propios animales muertos del camión frigorífico, más unas gallinitas que dan como sonoridad de corral a la escena, y varios hombres y mujeres anónimos que efectivamente conforman un retablo de la violencia, una visión herida y ensangrentada de este viaje hacia el vacío. El que tiene sin embargo una resurrección en Óscar vía el erotismo y la sencillez de vivir, que también es una metáfora de la propia trayectoria de Salazar. Al centro de todo, se autorepresenta el artista herido, arrojado entre sus pinceles y bastidores desparramados por toda la escena, en libre recreación del clásico óleo “El entierro del Conde de Orgaz”, de El Greco, donde la vida y la muerte son protagonistas de la condición humana en perenne agonía. Claro, en la versión Salazar, ello cobra dimensiones políticas y realistas referencias a la historia peruana, quizá representada por una suerte de fantasma junto al artista: la aparición o “Aparicio”.
Esta secuencia es en verdad una rica crónica visual que merecidamente han celebrado quienes asistieron a la reciente exposición de Juan Javier Salazar, al punto de haber sido adquirida, como queda dicho, por el museo más activo de estos tiempos entre nosotros: el MALI. Aquí se ha intersectado el túnel del amor con el tren fantasma: la resurrección viable y urgente con la ruta accidentada, sus víctimas, en la carretera real e imaginaria (parodia de la cotidianidad limeña y peruana, con un tránsito tan bestializado como las propias coordenadas del poder que se ha montado en el Perú desde la conquista europea, sembrando ignorancia y muerte hacia abajo, desordenando los caminos). Por lo demás, este trabajo gráfico evoca su breve película “Parece que va a llover”, donde un taxista estrella su vehículo cargado de rosas contra el monumento a Miguel Grau, en plena celebración de fiestas patrias.
La tercera y última secuencia cómic apenas quedó anunciada, y probablemente dé lugar a desarrollos ulteriores en el incesante magma creador de Salazar. Se trata de la recreación (reencarnación) de la historia de San Martín de Porres y el milagro de unir a perro, pericote y gato (malvado gato). No es jalado de los pelos ver a este San Martín negro, popular, como contradictor del General San Martín, criollo, blanco, extranjero y libertador del Imperio español. Es decir, la República criolla, que tanto traicionó sus propios postulados emancipadores de supuesta modernidad, frente a la trayectoria misma del pueblo y sus íconos heroicos. La racionalidad burguesa pero falseadora, mentirosa, frente a la irracionalidad, la fe o anhelo popular arrinconados en los milagros, para solucionar de alguna manera antiguos problemas de una historia vieja. De ahí que un segmento de este cómic muestre en una mesa a tres personas, cada una abrazada respectivamente a los tres animales (con pericotes multiplicados): reencarnación humanizada de la fábula fraymartiniana en la realidad enfrentada de este país. Y el santo se halla de espaldas, apenas visible, como conviene a su condición de milagrero.
En fin, la exposición se cerró con trabajos de cerámica, algunos ya conocidos como los huacos falsos diseñados en latas de cerveza cuzqueña que Salazar enterró para estafar a los arqueólogos y huaqueros de este país poco o nada memorioso, así como trabajos más recientes (en verdad, esta muestra reúne obras y piezas de los últimos cuatro meses, como me dijo el propio Juan Javier). Por ejemplo, de la serie “Ex novia rodeada de los perros de mis amigos”, que recrea una historia real del propio autor a partir de una ex pareja de senos exuberantes, y que cuando hubo la separación cayeron sobre ella varios de sus amigos para seducirla. Pequeñas esculturas también surcadas por el humor, con una mujer desnuda sobre un pedestal, con perros debajo ladrando por ella, o dos senos sobre el pedestal y un perro admirándolos goloso, o al fin un solo perro panza arriba sobre el pedestal y ninguna novia (quizá ya devorada). Entre los macro dibujos pegados en algunas paredes y columnas de la galería miraflorina, de arenales, carreteras, un fragmento de la bahía limeña, y otro gran retablo del choque entre el autobús interprovincial y el camión frigorífico, se lucía una cerámica-macetero donde solo aparecen las piernas flexionadas de un hombre con botines, pegadas a dos piernas desnudas y erguidas de una mujer con tacos, lo que invitaba al espectador a imaginar qué hubo allí donde apenas quedan restos del acto, solo el aro luminoso o el espíritu de un pasión carnal que voló al pasado dejando la estela de su consumación carnal. Esta cerámica en verdad reactiva una antigua anécdota en el taller Huayco E.P.S., cuando luego de una juerga Salazar descubrió, al día siguiente, que sobre una plancha de cemento fresca quedaron grabadas las huellas de sus rodillas y de los zapatos de una mujer, recordándole que algo había ocurrido allí aunque no recordaba bien qué. Así, en un boceto exhibido de ese hecho se lee “aro luminoso que contiene a dos ex amantes”: un trabajo que encierre el espíritu (de la pasión amorosa).
LA CANCIÓN DESESPERADA
En breve, Juan Javier Salazar asistirá a sendos talleres y muestras artísticas en Colombia y Berlín, donde ha sido invitado.[5] Al parecer, todo va marchando positivamente para su camino, como me dijo mientras recorríamos su reciente muestra aquí comentada. Lo decía con cierta sonrisa en el rostro, como reconociendo que todo retorna, que si uno hace las cosas con convicción, compromiso y pasión el mundo todo gira a nuestro favor, de un modo o de otro. Luego de casi 20 años, acaba de volver a Europa, donde viajó invitado a un workshop internacional en Liverpool, la mítica ciudad ombligo de la beatlemanía. De esa experiencia, los talleres compartidos, la calle y la fiesta en esa ciudad inglesa, también me resume algunas anécdotas e historias que resuenan en su mente. Algo largo de contar, pero que son otros signos del buen momento por el que surca este creador nadador navegante con quien una revista como Intermezzo Tropical y quienes la hacemos (y distribuimos, leemos, consolidamos, debatimos) sentimos orgánicamente unido, como un antiguo amigo en el camino de hacer de esta vida y este mundo un mejor lugar para vivir. Donde llueva y nos llueva, hasta las últimas consecuencias. Cuando seamos muchos, más aun que ahora, sin que ya nadie nos venda como harina de pescado, por siglos y siglos.
[1] “Una de las cosas de esta última exposición [en la galería Parafernalia] que más me llamó la atención fue la escalera que hice, porque poco a poco me he ido dando cuenta que casi es la misma situación que la del cuadro de Leonardo da Vinci sobre San Juan, que él pintó poco antes de morir. Era una especie de rendición graciosa porque Leonardo tenía un montón de problemas, le debía a todo el mundo y entonces hizo ese cuadro de San Juan Bautista que tiene un dedo señalando arriba, y una sonrisita parecida a la de la Monalisa. Para mí, la escalera es eso”. (Juan Javier Salazar/ Una introducción al arte del anonimato. Entrevista de José Medina, en Motivos 38: Lima, 1995).
[2] “Los occidentales pensaron que el mundo era plano y después descubrieron América y creyeron que era redondo, pero en realidad tiene la tendencia a aplanarse, lo están volviendo plano de nuevo, hay un mass-media brutal, demasiada gente, y el resultado es una mediocridad espantosa. Esa es la diferencia entre una vida blanda y una vida dura; siempre será mejor una vida dura” (Juan Javier Salazar, entrevista con José Medina).
[3] Luis Lama, en Caretas 2050.
[4] Por cierto, nada de lo dicho contradice sino que más bien sitúa de modo más activamente transformador y social lo que ha observado, por ejemplo, Emilio Tarazona a propósito de la mencionada retrospectiva de Salazar que curó en Pancho Fierro: “...es indudable que Salazar ha dejado estela nítida. Según Tarazona, la obra de Salazar representa un clásico del arte contemporáneo peruano. Sus actitudes, sus búsquedas, sus acciones y sus obras específicas han abierto brechas y han señalado rutas, por eso tantos artistas en los últimos años han trabajado, como lo hizo primero Salazar, la caracterización de la República... llevando [inclusive] la caricatura al terreno de la historieta” (“Milagros y bromas/ Juan Javier Salazar y el arte político”, Diego Otero, supl. El Dominical de El Comercio: 09 de abril de 2006).
[5] Este texto fue escrito a principios de noviembre del presente año. Al momento de su publicación, él ya se encuentra en Cali, Colombia.
martes, 14 de octubre de 2008
Intermezzo Tropical 5
Intermezzo Tropical 5
Año 5, número 5
Diciembre del 2007
Al este del paraíso (o el Anteparaíso)
1. Mi camisa de fuerza
Patricia Guzmán. La casa de los afligidos
Josemari Recalde. Amazonia (presentación de L. F. Chueca)
Guillermo Chirinos Cúneo. Cuaderno de California. Antología (presentación de J. C. Yrigoyen)
Pablo Paredes. Verano del 2005
Carlos Torres Rotondo. Lavapiés personal
2. Film de los paisajes / Migraciones y utopías
Juan Zevallos . Culturas de las periferias internas en la región andina. El grupo Orkopata (1926-1930)
Portafolio Arguedas
Enrique Bernales. “¿Y cuándo no haya la terrible urgencia de ganar plata?”. Narrativas de la
migración y la utopía en «los zorros» de José María Arguedas
José Güich Rodríguez. El zorro de arriba y el zorro de abajo: el desmantelamiento de la utopía
César Ángeles L. Un mundo llamado Arguedas. Nuevo libro sobre la correspondencia
con el múltiple escritor
C.A.L.: Llora corazón y los zorros tienen la palabra
Fernando Cueto: Llora corazón (Capítulo XXIV)
Emilio Bustamante: Migraciones en el cine peruano
Siu Kam Wen: La Ciudad del Juego (presentación de Paolo de Lima)
Victoria Guerrero: Okupando Berlín. Casas-proyecto y migración
Víctor Hugo Perales: Néctar o espejismo. Migración peruana en Sudamérica
3. Intermezzo
Alberto Medina. Fábula de la cámara y el espejo: Madeinusa o el (des)encierro de la mirada
Martín Guerra Muente: La velocidad de las cosas: una cartografía de la modernidad
Roger Santiváñez: Cuarteto . Nueva escritura migrante españolatinoamericana:
Fisher, Gómez Olivares, Canteli, De Cuba
José Rosas Ribeyro: María Emilia Cornejo: el lado oculto del mito
Hildebrando Pérez G.: María Emilia Cornejo y el Taller de Poesía de San Marcos
4. Las hojas de los árboles
Carlos Villacorta: Lost city radio de Daniel Alarcón
Luis Fernando Chueca: Segunda Mano de Héctor Hernández Montecinos
César Ángeles L.: El narrador de historias de Enrique Congrains Martin
Enrique Bernales: Ciudad satélite de Carlos Villacorta
Luis Fernando Chueca: La soñada coherencia de Luis Hernández
Andrea Cabel: Nadie sabe mis cosas. Reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela
de Mariela Dreyfus y Rocío Silva Santisteban (editoras)
Paolo de Lima: Poesía completa de Rodolfo Hinostroza
Año 5, número 5
Diciembre del 2007
Al este del paraíso (o el Anteparaíso)
1. Mi camisa de fuerza
Patricia Guzmán. La casa de los afligidos
Josemari Recalde. Amazonia (presentación de L. F. Chueca)
Guillermo Chirinos Cúneo. Cuaderno de California. Antología (presentación de J. C. Yrigoyen)
Pablo Paredes. Verano del 2005
Carlos Torres Rotondo. Lavapiés personal
2. Film de los paisajes / Migraciones y utopías
Juan Zevallos . Culturas de las periferias internas en la región andina. El grupo Orkopata (1926-1930)
Portafolio Arguedas
Enrique Bernales. “¿Y cuándo no haya la terrible urgencia de ganar plata?”. Narrativas de la
migración y la utopía en «los zorros» de José María Arguedas
José Güich Rodríguez. El zorro de arriba y el zorro de abajo: el desmantelamiento de la utopía
César Ángeles L. Un mundo llamado Arguedas. Nuevo libro sobre la correspondencia
con el múltiple escritor
C.A.L.: Llora corazón y los zorros tienen la palabra
Fernando Cueto: Llora corazón (Capítulo XXIV)
Emilio Bustamante: Migraciones en el cine peruano
Siu Kam Wen: La Ciudad del Juego (presentación de Paolo de Lima)
Victoria Guerrero: Okupando Berlín. Casas-proyecto y migración
Víctor Hugo Perales: Néctar o espejismo. Migración peruana en Sudamérica
3. Intermezzo
Alberto Medina. Fábula de la cámara y el espejo: Madeinusa o el (des)encierro de la mirada
Martín Guerra Muente: La velocidad de las cosas: una cartografía de la modernidad
Roger Santiváñez: Cuarteto . Nueva escritura migrante españolatinoamericana:
Fisher, Gómez Olivares, Canteli, De Cuba
José Rosas Ribeyro: María Emilia Cornejo: el lado oculto del mito
Hildebrando Pérez G.: María Emilia Cornejo y el Taller de Poesía de San Marcos
4. Las hojas de los árboles
Carlos Villacorta: Lost city radio de Daniel Alarcón
Luis Fernando Chueca: Segunda Mano de Héctor Hernández Montecinos
César Ángeles L.: El narrador de historias de Enrique Congrains Martin
Enrique Bernales: Ciudad satélite de Carlos Villacorta
Luis Fernando Chueca: La soñada coherencia de Luis Hernández
Andrea Cabel: Nadie sabe mis cosas. Reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela
de Mariela Dreyfus y Rocío Silva Santisteban (editoras)
Paolo de Lima: Poesía completa de Rodolfo Hinostroza
Intermezzo Tropical 4
Intermezzo Tropical 4.
Año 4, número 4
Julio 2006
Editorial
1. Mi camisa de fuerza
Yolanda Pantín. Caos/ Soledades
María Auxiliadora Álvarez. La rosa de la descomposición/ diminutos melates/ pájaro de sed
Paolo de Lima. La poesía no es un instrumento musical…
Carlos López Degregori. La impregnación
Domingo de Ramos. Me he visto engrisado
Eduardo Milán. No gastar lo que no hay en ganas…
Roberto Echevarren. Los nuevos propietarios
2. Film de los paisajes/ Los afiebrados 70
Guillermo Ruiz Torres. El fantasma del populismo
Luis Fernando Chueca. Alcances y límites del proyecto vanguardista de Hora Zero
Juan Zevallos Aguilar. Notas sobre el poema integral y Un par de vueltas por la realidad de Juan Ramírez Ruiz
Juan Ramírez Ruiz. El diestro
Roberto Reyes. Por una narrativa del setenta
Álvarez/ Echarri/Ollé/ Sordomez/ Tenorio/Yrigoyen/ Soy la muchacha mala de la historia
Eduardo Arroyo Generación del 68: Tomar el cielo por asalto
César Ángeles L. El socialismo en la novela peruana (o viaje a la China de Miguel Gutiérrez y Oswaldo Reynoso)
Róger Santiváñez. Brevísima historia personal de la poesía peruana (1975-1982)
Gustavo Wendorff. Algunos apuntes sobre la arquitectura peruana de los 70
3. Intermezzo
Miguel Ildefonso. Si supieras lo fácil que es hablar conmigo: Los palimpsestos (poemas inéditos) de Luis Hernández.
Jorge Eduardo Eielson. Carta desde Cerdeña
4. Las hojas de los árboles
César Ángeles L. El arte de (no ha) ser arte. Retrospectiva de Juan Javier Salazar
Enrique Bernales/ La hora azul de Alonso Cueto
Victoria Guerrero/ Ludy d de Roxana Crisólogo
Carlos Villacorta/ Dolores Morales de Róger Santiváñez
Martín Guerra Muente/ El círculo de los escritores asesinos de Diego Trelles
Intermezzo Tropical 3
Intermezzo tropical 3
Año 3, número 3
1. Mi camisa de fuerza
Martín Guerra Muente. Cómo todos esos oficios nos alejan de lo más bello
Jorge Frisancho. Casa familiar
Daniel Alarcón. Florida (Traducción de Carlos Villacorta)
Róger Santiváñez. Historia de la violencia
Ang Icaboh. Minuet
Roxana Crisólogo. Hay días que no tolero más ruido que el de las construcciones
Enrique Bernales. Mi país
2. Film de los paisajes/ violencia y cultura
Gustavo Buntinx. Desapariciones forzadas/ resurrecciones míticas
Paolo de Lima. Atrincheramientos y balbuceos neotribales: El grupo poético Neón entre la violencia utópica senderista y la dictadura neoliberal fujimorista. El caso de Carlos Oliva
Luis Abanto. Espacio carcelario y no-discurso del otro marginal en Los hijos del orden de Luis Urteaga Cabrera
Luis Fernando Chueca. El desierto como metáfora del país en la poesía de Jorge Frisancho y Rodrigo Quijano
Victoria Guerrero. El cuerpo muerto y el fetiche en SL: el caso de Edith Lagos
Carolina O. Fernández. El infarto del alma. Asociación solidaria en una poética visual y literaria
Carlos Meneses. Mis encuentros con Heraud (Testimonio)
Róger Santiváñez. HUAYCO: «La Realidad nos dio la razón (y la locura)» (Testimonio)
Ericka Ghersi. Un paseo por la escritura: Las poetas de los noventa y la violencia política
3. Intermezzo
Guillermo Ruiz Torres. Should I stay or Should I go?. (La obra del controvertido politólogo Samuel Huntington en debate)
César Ángeles L. De letras, humo y peces. / Noticias sobre la literatura de Chimbote/
4. Las hojas de los árboles
Rocío Silva-Santisteban/ Agua de cadáver (Exposición de Teresa Margolles)
Victoria Guerrero/ Machuca de Andres Wood
David Abanto/ MIDH de Miguel Ildefonso
Carlos Villacorta/ War by Candlelight de Daniel Alarcón
Reinhard Huamán Mori/ revista Tsé Tsé
Año 3, número 3
1. Mi camisa de fuerza
Martín Guerra Muente. Cómo todos esos oficios nos alejan de lo más bello
Jorge Frisancho. Casa familiar
Daniel Alarcón. Florida (Traducción de Carlos Villacorta)
Róger Santiváñez. Historia de la violencia
Ang Icaboh. Minuet
Roxana Crisólogo. Hay días que no tolero más ruido que el de las construcciones
Enrique Bernales. Mi país
2. Film de los paisajes/ violencia y cultura
Gustavo Buntinx. Desapariciones forzadas/ resurrecciones míticas
Paolo de Lima. Atrincheramientos y balbuceos neotribales: El grupo poético Neón entre la violencia utópica senderista y la dictadura neoliberal fujimorista. El caso de Carlos Oliva
Luis Abanto. Espacio carcelario y no-discurso del otro marginal en Los hijos del orden de Luis Urteaga Cabrera
Luis Fernando Chueca. El desierto como metáfora del país en la poesía de Jorge Frisancho y Rodrigo Quijano
Victoria Guerrero. El cuerpo muerto y el fetiche en SL: el caso de Edith Lagos
Carolina O. Fernández. El infarto del alma. Asociación solidaria en una poética visual y literaria
Carlos Meneses. Mis encuentros con Heraud (Testimonio)
Róger Santiváñez. HUAYCO: «La Realidad nos dio la razón (y la locura)» (Testimonio)
Ericka Ghersi. Un paseo por la escritura: Las poetas de los noventa y la violencia política
3. Intermezzo
Guillermo Ruiz Torres. Should I stay or Should I go?. (La obra del controvertido politólogo Samuel Huntington en debate)
César Ángeles L. De letras, humo y peces. / Noticias sobre la literatura de Chimbote/
4. Las hojas de los árboles
Rocío Silva-Santisteban/ Agua de cadáver (Exposición de Teresa Margolles)
Victoria Guerrero/ Machuca de Andres Wood
David Abanto/ MIDH de Miguel Ildefonso
Carlos Villacorta/ War by Candlelight de Daniel Alarcón
Reinhard Huamán Mori/ revista Tsé Tsé
Intermezzo Tropical 2
Intermezzo 2
Agosto 2004
Editorial
Film de los paisajes / políticas del cuerpo: identidad, cuerpo y género
Luis Fernando Chueca. Masculino/femenino en “Noche oscura del cuerpo” de Jorge Eduardo Eielson
Carmen Ollé. El malestar en la mujer.
Elena Águila. El cuerpo del género.
Alberto Medina. La firma ubicua (reflexiones sobre lo autobiográfico en Reynaldo Arenas).
Film de los paisajes / narración por narración y otros
Roberto Reyes Tarazona. Narración en los años setenta.
Róger Santiváñez. Narración: literatura y revolución.
Luis Abanto. Narración y Julián Huanay.
Entrevista con Oswaldo Reynoso. Una generación traumatizada por el miedo.
Gregorio Martínez. Cómo caí en Narración.
Intermezzo
Chrystian Zegarra. La protoescritura de Las ínsulas extrañas: el caso del manuscrito inédito de Emilio Adolfo Westphalen
Intermezzo Tropical. Bienvenidos al desierto de lo real. Entrevista con el poeta y cineasta colombiano Víctor Gaviria.
Mi camisa de fuerza
Ernesto Lumbreras. Después del manantial viene otra fiesta (balance de la poesía mexicana actual)
Alina Peña-Iguarán. Estos 8 poetas mexicanos de hoy.
Rocío Silva-Santisteban y José A. Mazzotti: Dos poetas de los 80 en Boston
Las hojas de los árboles
Enrique Bernales/ El otro desierto de Chrystian Zegarra
Javier Morales/ La derrota de Palladerlle de Juan Manuel Chávez
Chrystian Zegarra/ Tríptico de Carlos Villacorta
Ericka Ghersi/ Editorial Sarita Cartonera
Enrique Bernales/ Japón de Carlos Raygadas
Victoria Guerrero/ La niña santa de Lucrecia Martel
Lunik/ El conejo de Gaia de Hidralo
lunes, 13 de octubre de 2008
Intermezzo Tropical 1
Intermezzo Tropical 1
Año 1, agosto 2003
Índice
Film de los paisajes-homenaje
David Abanto Aragón. 5 metros de poemas y la furiosa inmolación de las vanguardias
Cinthya Vich. Un poco de olor al paisaje: Oquendo de Amat como sujeto de la modernidad
Enrique Bernales. La construcción de la nación moderna en 5 metros de poemas
Omar Aramayo. Carlos Oquendo de Amat, compañero
Film de los paisajes-desencuentros
Carlos Villacorta. Réclam de la ciudad
Gavril Prinzip. Carlos, el niño invisible
Intermezzo
El nuevo exilio de San Tibáñez. (Entrevista con Roger Santivañez)
José Álvarez. Cambio de armas y la anulación de la voz del otro
Mi camisa de fuerza (creación)
Ericka Ghersi. 6 poetas ecuatorianas vistas por una peruana
Juan Manuel Chávez. Ayer
Juliano Balmaceda. María
Testimonio
César Ángeles. Hallazgo de la poesía
Las hojas de los árboles (reseñas)
Luis Fernando Chueca/ Sonrisa negra de Miguel Lescano
Martín Guerra/ El diario de sem de Gavril Prinzip
Victoria Guerrero/ Imagen sin nombre de Martín Guerra
David Abanto/ Por la boca muertos de Ibarra y Portals
Las hojas de los árboles (primeros libros)
Victoria Guerrero/ Noches de Adrenalina de Carmen Ollé
Enrique Bernales/ En los extramuros del mundo de Enrique Verástegui
Niño de leche (música)
Ricardo Zavaleta. Lego ¿finalmente el amor los destruirá?
Rony Quiroz y Ricardo Zavaleta. Caminando con el otro por senderos de duraznos
Año 1, agosto 2003
Índice
Film de los paisajes-homenaje
David Abanto Aragón. 5 metros de poemas y la furiosa inmolación de las vanguardias
Cinthya Vich. Un poco de olor al paisaje: Oquendo de Amat como sujeto de la modernidad
Enrique Bernales. La construcción de la nación moderna en 5 metros de poemas
Omar Aramayo. Carlos Oquendo de Amat, compañero
Film de los paisajes-desencuentros
Carlos Villacorta. Réclam de la ciudad
Gavril Prinzip. Carlos, el niño invisible
Intermezzo
El nuevo exilio de San Tibáñez. (Entrevista con Roger Santivañez)
José Álvarez. Cambio de armas y la anulación de la voz del otro
Mi camisa de fuerza (creación)
Ericka Ghersi. 6 poetas ecuatorianas vistas por una peruana
Juan Manuel Chávez. Ayer
Juliano Balmaceda. María
Testimonio
César Ángeles. Hallazgo de la poesía
Las hojas de los árboles (reseñas)
Luis Fernando Chueca/ Sonrisa negra de Miguel Lescano
Martín Guerra/ El diario de sem de Gavril Prinzip
Victoria Guerrero/ Imagen sin nombre de Martín Guerra
David Abanto/ Por la boca muertos de Ibarra y Portals
Las hojas de los árboles (primeros libros)
Victoria Guerrero/ Noches de Adrenalina de Carmen Ollé
Enrique Bernales/ En los extramuros del mundo de Enrique Verástegui
Niño de leche (música)
Ricardo Zavaleta. Lego ¿finalmente el amor los destruirá?
Rony Quiroz y Ricardo Zavaleta. Caminando con el otro por senderos de duraznos
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- Intermezzo Tropical
- Intermezzo Tropical nació como una revista de investigación dedicada a temas de cultura y política.Desde su fundación, IT se propuso ser un espacio de debate y discusión para sumar fuerzas contra el autoritarismo y las viejas prácticas antidemocráticas de los grupos dominantes en el Perú. Así los temas que nos preocupan están vinculados a la vanguardia latinoamericana, las relaciones entre política y cultura, cuerpo y género, literatura y migración.La edición de la revista terminó el 2008 y actualmente es un proyecto editorial que trabaja con poesía, novela y ensayo.