lunes, 12 de julio de 2010

Entrevista:

EL RETORNO DE RODOLFO HINOSTROZA

“Ya no soy el mismo rebelde de antes”

(3 de noviembre de 1991, Lima. Domingo de La República: 27-28)

POR César Ángeles L.

Rodolfo Hinostroza (Lima, 1941) es poeta, dramaturgo, astrólogo, periodista y varias cosas más. Ha retornado a Lima tras dos años de ausencia. En 1978, publicó Aprendizaje de la limpieza, testimonio de una larga experiencia psicoanalítica y punto de partida para el siguiente diálogo.

¿Qué te condujo a participar como paciente de una terapia psicoanalítica?

Bueno, estaba atravesando una gran pena de amor…. Una historia muy complicada. Pensé que el sicoanálisis podía ayudarme a sobrellevarla.

Esa experiencia fue una necesidad vital, ¿no? ¿Qué hubiera sido de ti sin esa terapia?

Creo que todo hubiese sido más difícil para mí porque recibí muchos beneficios del sicoanálisis. Además, uno entra a un mecanismo, la transferencia, que te lleva a ir cada vez más lejos, a revelar zonas desconocidas del inconsciente para, de este modo, desbloquear una serie de cosas que están trabadas en el desarrollo normal de la personalidad. Es una inversión de tiempo y trabajo, por que es duro psicoanalizarse; pero que me ha dado, por ejemplo, una gran libertad interior: no temo pensar en nada, no tengo tabúes….Y mi nivel de angustia, como dicen ellos, ha bajado bastante. Ahora puedo afrontar desafíos diversos, sin desgastarme considerablemente; tengo mucho más equilibrio personal.

¿Recomendarías a quienes practican la literatura que hicieran esa experiencia?

No, no tiene nada que ver con la literatura. Mi caso es muy personal porque mi neurosis giraba en torno un padre escritor y a una madre profesora y también escritora, lo cual generaba una serie de tensiones, por rivalidades, en mi familia. Yo desaté este nudo con el sicoanálisis; pero lejos estoy de recomendárselo a nadie, empezando porque es muy duro: yo estuve dos veces al borde del suicidio. Hay un nivel de angustia enorme que puede desencadenarse.

¿Y por qué toda esa onda escatológica que impregna “Aprendizaje….”? ¿Afán de realismo?

Es normal: en un tratamiento sicoanalítico vas descendiendo las etapas formadoras, autogenéticas, del ser humano. Así, llegas al punto anal, que es la relación con el excremento como cuando fuimos niños; vuelves a reconstruir esa relación y el simbolismo adherido a ello.

¿Tú tenías muy mitificada la mierda?

Supongo que sí, como toda la sociedad. ¿Qué significado tiene cuando se manda a alguien a la mierda? Es un símbolo de lo peor. Sin embargo, la putrefacción es mucho peor que la mierda, porque ésta es un producto natural; en la putrefacción se desagrega el organismo, es más letal.

Un gran problema del sicoanálisis es su elitización, debido a que es un tratamiento muy caro.

Sí, claro. En Francia es más asequible, mucha gente lo practica. Aquí es más elitista: son otras condiciones. La sesión debe estar entre $ 100–50. El sicoanálisis debiera estar al alcance de mucha gente. Sé que Rodríguez Rabanal tiene un programa de asistencia psicoanalítica en los Pueblos Jóvenes; él hace una especie de socialización de este tratamiento.

¿Por qué dejaste finalmente la terapia? Además, rompes con el terapeuta violentamente: le increpas su “tecnología de espíritu” y lo mandas a la mierda. En el Prólogo de tu libro dices que querías quedar libre, vivir.

Sí. Hay que romper de alguna manera. Había un problema: soltar el genio de la lámpara y ser libre al mismo tiempo. Como te dije, durante el sicoanálisis mi vida tuvo un sentido muy grande de provisionalidad: no me involucraba a fondo con ninguna mujer; estaba casado, con muchos problemas conyugales, pero no me divorciaba tampoco.

¿Qué hiciste cuando cancelaste el tratamiento?

Me fui a Mallorca y viví intensamente; hice de todo. Pasé un verano formidable, muy lujoso, en una casa maravillosa. Dejé todo: mi trabajo en la Universidad de Orleans, París… Viví seis meses intensos con una verdadera liberalidad sexual, que era lo buscado en la época, también. Había liberado muchas cosas en el sicoanálisis. Lo pasé realmente muy bien. Estoy escribiendo un libro, justamente, sobre esos seis meses posteriores al tratamiento.

Algo que dijiste cuando lo cancelaste fue que “las mejores historias terminan con una mandada a la mierda”

Sí. Los psicoanalistas esperan, un poco, que uno los mande a la mierda; porque la relación con ellos no es real. Parece una relación de gran intimidad, pero no lo es porque estás hablando con un fantasma: tú no sabes nada de su vida, nunca hablas con él fuera de las sesiones. Es una especie de fantasma para ti, y en él proyectas todos tus fantasmas, además. Cuando termina la relación analítica no es tu amigo, es más bien un técnico del espíritu. Cuando reparas en esto, ya estás curado; se rompe la relación de transferencia y tú y el sicoanalista son libres; cada uno se va por su lado.

Como dos conocidos desconocidos. Eso vale para otros tipos de relaciones, ¿no?

Sí, claro. El amor también es eso. Cuando se rompe el encanto te encuentras al lado tuyo con una mujer que ni conoces, y dices: “¿Y ésta?” (Ríe). Se rompió el amor, se volvió una desconocida.

En “Aprendizaje…” se registra mucha violencia.

Esto tiene que ver con el proceso violento del sicoanálisis para vaciar el inconsciente.

Y pienso que eso marca también el resto de tu producción literaria. Me preguntaba cómo concilias tu utopía social de la no–violencia con tu literatura.

No es violenta; pone en escena a la violencia para enjuiciarla, para deslindar con ella. Mi obra más bien es intensa, o dramática: hay un dramatismo en mi producción.

La gran capacidad que se registra en tu obra para destruir varias convenciones, y construir otro lenguaje original, es un acto precisamente violento.

Yo no diría violencia; diría insolencia, desparpajo o lo que tú quieras, pero violencia no me convence. En mi poesía hay una suerte de intensidad administrada, con picos de clímax y anticlímax: una dramaturgia.

¿Asumes como utopía todo ese discurso hippie del ‘60 de volver a la naturaleza, la vida en comunidad, en armonía con ella?

Sí, y otras cosas también. Remitiéndome al viejo Marx, ahora tan en baja: él imaginó la utopía como el reino de las contradicciones no antagónicas; ése es el reino sin clases. Esa es la idea de utopía que tenía hasta hace unos años.

¿No crees más en ella?

Ahora todo está muy confuso. Esto de que se cae la URSS, reaparece el liberalismo (pausa). No sé cuánta autoridad tenga actualmente el mensaje marxista. Habría que ver eso muy profundamente.

¿Cómo concilias esa agresión, tan importante en tu proceso creativo y en tu vida, con la postulación de la no–violencia como proyecto social?

Me refiero a la no–violencia política. En lo social e individual siempre habrá un porcentaje de violencia. Hay pulsiones que no se pueden sublimar, y esto es necesario para la vida. No postulo la no–violencia total; no quiero un mundo de santos, ni de brahmanes tampoco.

¿Qué mundo quieres?

Un mundo mejor que éste, nada más.

Pensé que en tu proceso podía haber ganado la relación con tu padre, la de estabilización, desactivando la relación en rebeldía con tu madre.

Es que uno ya ha hecho las rupturas que tiene que hacer, y ya no sigue haciendo más. Uno hace las necesarias, ¿no? Una vez que uno ha establecido su territorio ya no tiene por qué romper nada ¿no crees? Son relaciones juveniles. Estás hablando de un Yo muy antiguo, de alguien que empezó un sicoanálisis hace más de 20 años. Comencé esto a los 25; y ahora voy a cumplir 50. Estás hablando de una persona que ha sufrido un proceso dinámico muy fuerte mediante el sicoanálisis, y que ha llegado a un tipo de estabilidad espiritual.

Esa estabilidad y esa madurez a las que aludes, ¿no es otro modo de decir que estás ahora en una actitud más reposada, quizás más conservadora?

Bueno, eso significa que el sicoanálisis dio resultado. Tengo mayor estabilidad emotiva, tengo tres hijos y tengo, pues, una vida…; naturalmente no soy el mismo rebelde de antes. Eso se lo dejo a la gente de los 20 años; ya no puedo jugar el mismo rol de detonador, ahora jugaré otro rol.

¿Te considerarías un conservador a estas alturas?

No, un conservador no, de ninguna manera. Mira, te voy a decir una cosa y es mi última respuesta. Un poeta puede ser un profeta, pero un profeta que resbala a veces; porque yo, por ejemplo, en el poema “Horóscopo de Karl Marx” predigo la caída del capitalismo para 1992. Me equivoqué nada más que de nombre, porque fue la caída del comunismo y no del capitalismo. ¡Casi la emboco! (Ríe)

¿No crees que el capitalismo va a caer?

(Pausa) Quién sabe eso, ¿no?

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